Aquel insondable y envolvente fantasma de sequedad y de parajes aparentemente vacíos e
inacabables, cual paisaje marciano en los que la vida humana se nos rebela
desafiada por la dureza de sus cualidades. Pero que es un desierto? Es un lugar
vacío, sin vida y seco?, quizás la representación social del desierto y sus
estereotipos nos lleven a afirmar con total seguridad una afirmación así, no
obstante muchos otros en cambio, plantearíamos más de una objeción, dejando cuando menos la interrogante de si todo desierto es siempre una realidad dada y objetiva, o si no es a caso una realidad históricamente
construida.
Inmediaciones del Valle de Copiapó, Atacama, Chile. |
Tal
como ha planteado brillantemente Carla Lois (1999) para el caso del desierto
chaqueño en Argentina, la colonización del desierto en tanto hecho histórico, una
invasión militar en a territorios en su momento indígenas de los indígenas -en el marco de la consolidación
del estado nación argentino- supuso
su previa invención. Fue necesario -nos dice la autora- inventar el desierto, dotarlo de sentidos en el
marco de una estructura de discursos que permitiesen o viabilizaran la práctica
de la campaña militar, y materializasen de esta forma el deseo cartográfico
del estado nación argentino Era mayormente justificable el usurpar tierras
atravesadas por el vacío y la nada, antes que reconocer el el chaco
no era un desierto y que era habitado por formas de otredad.
En
este caso, observamos claramente la aplicación de una concepción
construccionista y por cierto política del análisis del desierto en el caso
comentado, lo anterior siguiendo las premisas defendidas por quienes adscriben
a un giro construccionista en antropología e historia luego de la influencia de
las nociones como las de comunidad imaginada de Bennedict Anderson (1982), o de invención de la tradición en Eric Hobsbawm
y Terence Ranger (1982).
El
desierto, entonces no sería una realidad objetiva y autocontenida sino que una
construcción tensionada en el marco de sus propios procesos históricos, no
obstante, en un caso como el nuestro -es decir, el del desierto de Atacama en
las inmediaciones del Valle de Copiapó-, la materialidad afectiva y su
inconmensurabilidad hacen que para nosotros, quienes conocemos sus parajes,
tendamos a reusar aceptar que nuestro desierto sea una invención ficcional,
pues lo sentimos y ntambién lo sintieron en su momento los primeros colonizadores españoles que llegaron al valle en 1540, y luego de haber
sufrido de la implacabilidad de la cordillera y sobre todo del desierto.
Fue
para los colonizadores necesario inventar colonialmente este valle y el disperso pueblo de Copiapó,
sobre las ruinas de los naturales del valle, el
valle nuevo sería a partir de aquello un refugio, para escapar de la muerte que había dejado sus huellas en los cuerpos moribundos
de los expedicionarios, con aquella experiencia fundante, el desierto como parte de una naturaleza desbordada no
podría ser una invención, nos dirían probablemente aquellos quienes el estatuto de realidad de nuestro desierto nos haya envuelto alguna vez a través de la materialidad afectiva.
Herederos de aquellos padecimientos fundacionales, el valle de Copiapó y la ciudad hemos construido a través de la historia una relación de mutua exclusión en relación al desierto, de temprana negación colonial, criolla, y finalmente de abstracción racionalizada en el marco de los devenires del capitalismo regional.
Herederos de aquellos padecimientos fundacionales, el valle de Copiapó y la ciudad hemos construido a través de la historia una relación de mutua exclusión en relación al desierto, de temprana negación colonial, criolla, y finalmente de abstracción racionalizada en el marco de los devenires del capitalismo regional.
Ante
aquellas narrativas que parecían sucumbir a un naturalismo de viejo cuño,
algunos de mis interlocutores, me sugirieron perspectivas construccionistas, no
obstante, aunque resulta evidente de que las realidades materiales imponen
límites, estos no son absolutos, los espacios son así mediados entre sus
materialidades y sus experiencias sociales, las que dotan a los espacios de
poesía colectiva y densidad histórica.
En
un encuentro académico, una vez comentaba algunas cuestiones sobre nuestra
relación con el espacio y la naturaleza del Desierto de Atacama en el Valle de Copiapó,
sobre aquellos imaginarios donde el desierto como realidad concreta y expresión
material de la naturaleza se constituía en un mar de sequedad, sed, frío, calor
y hambre, una naturaleza hostil a la humanidad, el desierto se vive acá a
través del espacio y la materialidad de nuestros cuerpos, más allá de las distancias,
la negación y los refugios que cuales esferas de protección hemos construido.
El afecto, en el sentido spinoziano que bien han sabido desarrollar Deleuze y Guattari (1980), implica la posibilidad de afectar y de ser afectado por otro, en este caso por un actuante no-humano, el desierto, con el que hemos construido una experiencia aprendizaje encarnado, màs allà de lo racional y más allá del lenguaje, pero en un más allá que a la vez contiene a la racionalidad y al lenguaje excediéndolas, de allí que su presencia y su ausencia se funden en aquella materialidad afectiva.
El afecto, en el sentido spinoziano que bien han sabido desarrollar Deleuze y Guattari (1980), implica la posibilidad de afectar y de ser afectado por otro, en este caso por un actuante no-humano, el desierto, con el que hemos construido una experiencia aprendizaje encarnado, màs allà de lo racional y más allá del lenguaje, pero en un más allá que a la vez contiene a la racionalidad y al lenguaje excediéndolas, de allí que su presencia y su ausencia se funden en aquella materialidad afectiva.
Pero, tal
como plantearon los sociólogos Scott Lash y John Urry (1994), hay que evitar
tanto el absolutismo de un realismo que nos amarre al naturalismo como también el utopismo
constructivista. El desierto posee un agenciamiento, es un actor en una red
constreñida, en aquel tejido radica la complejidad de su inmensidad y de su
aparente vacío que está en realidad lleno, pues son aquellas cualidades, y sobre
todo la fuerza de su negación en la organización de la vida social de nuestro
valle, las que paradójicamente la han configurado, dialécticamente.
Ahora, superponiendo la lectura de la duración larga del capitalismo, es desde una naturaleza instrumental y racionalizada que ha constituido la estructura
de la experiencia histórica de un espacio
abstracto (Lefebvre, 1991), que el desierto parece adquirir una leve mutación, acentuar su condición de espacio hostil a la vez que de una superficie, y con ello anunciar desde lo que no muestra, el subsuelo y su "riqueza natural". Una autora sugerente como Carolyn Merchant (1982)
sugirió un vínculo indisoluble entre el desarrollo industrial, la revolución científica
y lo que ella llamó “la muerte de la naturaleza” configurando aquellos
imaginarios en los que la naturaleza y por extensión también el desierto se
convertían en entidades inertes, un lugar, que como certeramente ha indicado
Manuel Ormazábal (2011) desde su reflexión estética y filosófica sobre los paisajes del desierto de Atacama, había sido confinado a la indiferencia y el aislamiento.
No
obstante en las últimas décadas, una transición inversa se ha comenzado a
sintomatizar en el capitalismo tardío, y también en el zigzagueante vaivén de
nuestro valle y el desierto. Lash y Urry (1994) ya destacaban con notable
perspicacia -a mediados de los años 90-, que en la globalización, la naturaleza volvía a la vida luego de su racional
abstracción, pero volvía de la mano de la cultura en los nuevos relatos
ambientales de la globalización, en ese lento camino pleno de matices, en los que asoman una diversidad de fenómenos, como el "cool" activismo verde, las retóricas del new age y la nueva pachamama, así como también en una diversidad de expresiones del pensamiento ecologista que desde los años 70 venían haciéndose un espacio en el campo intelectual.
Aquellas refiguraciones y sus múltiples fuentes hacen necesaria una reconsideración de los límites del pensamiento espacial en ciencias sociales, en esa línea, y pensando en los desafíos que las realidades sociales inscriben en la experiencia investigativa, los sudafricanos Jean y John Comaroff (2003), han apostado desde el plano de la metodología y la teoría por un acercamiento entre la antropología y el arte, en una perspectiva crítica a las vez que interdisciplinaria y ecumenica, afirmando que la investigación debía de moverse simultáneamente en un rango múltiple, abarcando las esferas de lo etnográfico, lo histórico y lo literario.
D.R.O (Desiertas Ruinas del Olvido/Desert Ruins of Oblivion) recoge el paño de los Comaroff en virtud de facilitar un encuentro entre formas metodológicas, tradiciones disciplinarias y áreas del conocimiento, especialmente en la artesanal construcción de puentes entre las ciencias sociales (de las que participo), y el arte en sus manifestaciones literarias y estéticas. En aquel encuentro, cuales lugares intersticiales desde donde sentir, pensar y hacer, situar el despliegue de las categorías centrales de nuestro proyecto.
El desierto, nos permite pensar el vacío y lo lleno en las concepciones sobre nosotros mismos. El vacío de la vasija -nos enseña el verso 11 del TAO-, es lo que le da su utilidad, de la misma manera el vacío en nuestra concepción de los territorios le da sentido a los marcos materiales de la imaginación geográfica.
Siguiendo ese espíritu y ante la ausencia de literaturas disciplinarias que se adentraran en el vacío en tanto noción conceptual, el geógrafo argentino Juan Manuel Diez Tetamanti (2011), buscó explorar los sentidos en la concepción del paisaje de las llanuras pampeanas de la Provincia de Buenos Aires a través de una excursión de la literatura de ficción y la producción audiovisual como apoyo metodológico de su trabajo de campo, a través de la que emerge la forma poética del vacío en la conformación de un espacio vivido, estableciendo un puente entre la geografía y la expresión literaria y cinematográfica.
Volviendo entonces a nuestro lugar en el desierto de Atacama y el valle de Copiapó, el
desierto y la naturaleza n el Valle de Copiapó ha resurgido telúrico, en una revancha de la representación, ha sido precisamente a partir de la poesía y la
estética, más allá del cientificismo de los naturalistas y sus huellas, el
desierto vuelve vivo y fantasmal, el arte ha sido uno de los principales campos de conocimientos en el que estas resonancias han tenido emergencias diversas, dando cuenta de una espacialización en las sensibilidades creativas.
El trabajo de la Sociedad de Escritores de Copiapó da cuenta de dicha re espaciaización en el arte, buen testimonio de aquello han sido los dos números de la revista "De Cierto Lugar", la que ya desde su título en aquel deconstructivo juego de palabras, da cuenta de un nuevo lugar del espacio, de los espacios desiertos, de los pasiajes y en su segunda entrega, en la fantasmalidad del Río Copiapó.
Otras expresiones, en la música popular, en particular en el Rock, dan cuenta de las mismas resurrecciones y renacimientos simbólicos, en donde no solo la música refiere a las capas culturales, afectivas y materiales del espacio y el paisaje, sino que también desde una potente dimensión lírica y estética, buen registro de aquello se aprecia en los trabajos de bandas Mystic Opus, Mal de Pampa y Engranaje.
Un camino inverso al de Diez Tetamanti, es el que sigue el poeta copiapino Vicente Rivera (2015), quien en su reciente publicación "El Ojo del lagarto" transita desde la poesía hacia la geografía, en particular al paisaje del desierto de Atacama, que por acá nos rodea, e inconscientemente nos atraviesa y nos constituye. Explorando dimensiones y escalas insospechadas, revelando que la inabarcabilidad del desierto contiene universos de diminuto dinamismo en cada punto de su espacialidad.
Cada una de estas expresiones poéticas, estéticas e intelectuales guardan una potencia, en su distancia, en el silencio, en su materialidad. D.R.O busca la potencia de aquellos encuentros, en un esfuerzo (entre otros) desde las ciencias sociales para promover y posicionar una agenda de investigación en espacialidades, sustentada en una heterogénea profundidad reflexiva.
Aquellas refiguraciones y sus múltiples fuentes hacen necesaria una reconsideración de los límites del pensamiento espacial en ciencias sociales, en esa línea, y pensando en los desafíos que las realidades sociales inscriben en la experiencia investigativa, los sudafricanos Jean y John Comaroff (2003), han apostado desde el plano de la metodología y la teoría por un acercamiento entre la antropología y el arte, en una perspectiva crítica a las vez que interdisciplinaria y ecumenica, afirmando que la investigación debía de moverse simultáneamente en un rango múltiple, abarcando las esferas de lo etnográfico, lo histórico y lo literario.
D.R.O (Desiertas Ruinas del Olvido/Desert Ruins of Oblivion) recoge el paño de los Comaroff en virtud de facilitar un encuentro entre formas metodológicas, tradiciones disciplinarias y áreas del conocimiento, especialmente en la artesanal construcción de puentes entre las ciencias sociales (de las que participo), y el arte en sus manifestaciones literarias y estéticas. En aquel encuentro, cuales lugares intersticiales desde donde sentir, pensar y hacer, situar el despliegue de las categorías centrales de nuestro proyecto.
El desierto, nos permite pensar el vacío y lo lleno en las concepciones sobre nosotros mismos. El vacío de la vasija -nos enseña el verso 11 del TAO-, es lo que le da su utilidad, de la misma manera el vacío en nuestra concepción de los territorios le da sentido a los marcos materiales de la imaginación geográfica.
Siguiendo ese espíritu y ante la ausencia de literaturas disciplinarias que se adentraran en el vacío en tanto noción conceptual, el geógrafo argentino Juan Manuel Diez Tetamanti (2011), buscó explorar los sentidos en la concepción del paisaje de las llanuras pampeanas de la Provincia de Buenos Aires a través de una excursión de la literatura de ficción y la producción audiovisual como apoyo metodológico de su trabajo de campo, a través de la que emerge la forma poética del vacío en la conformación de un espacio vivido, estableciendo un puente entre la geografía y la expresión literaria y cinematográfica.
Portada del 1° número de la revista De Cierto Lugar |
El trabajo de la Sociedad de Escritores de Copiapó da cuenta de dicha re espaciaización en el arte, buen testimonio de aquello han sido los dos números de la revista "De Cierto Lugar", la que ya desde su título en aquel deconstructivo juego de palabras, da cuenta de un nuevo lugar del espacio, de los espacios desiertos, de los pasiajes y en su segunda entrega, en la fantasmalidad del Río Copiapó.
Otras expresiones, en la música popular, en particular en el Rock, dan cuenta de las mismas resurrecciones y renacimientos simbólicos, en donde no solo la música refiere a las capas culturales, afectivas y materiales del espacio y el paisaje, sino que también desde una potente dimensión lírica y estética, buen registro de aquello se aprecia en los trabajos de bandas Mystic Opus, Mal de Pampa y Engranaje.
Un camino inverso al de Diez Tetamanti, es el que sigue el poeta copiapino Vicente Rivera (2015), quien en su reciente publicación "El Ojo del lagarto" transita desde la poesía hacia la geografía, en particular al paisaje del desierto de Atacama, que por acá nos rodea, e inconscientemente nos atraviesa y nos constituye. Explorando dimensiones y escalas insospechadas, revelando que la inabarcabilidad del desierto contiene universos de diminuto dinamismo en cada punto de su espacialidad.
Cada una de estas expresiones poéticas, estéticas e intelectuales guardan una potencia, en su distancia, en el silencio, en su materialidad. D.R.O busca la potencia de aquellos encuentros, en un esfuerzo (entre otros) desde las ciencias sociales para promover y posicionar una agenda de investigación en espacialidades, sustentada en una heterogénea profundidad reflexiva.
Desierto,
si, según como se mire, según como se viva.
REFERENCIAS
-Comaroff, Jean y Comaroff, John. 2003. "Ethnography on an Awnkward Scale. poscolonial anthropology and the violence of abstraction", Ethnography 4(2):147-179.
-Deleuze, Giles y Guattari, Felix. 1980. “A Thousand Plateaus: capitalism and Schizoprhenia”. London: continuum
-Deleuze, Giles y Guattari, Felix. 1980. “A Thousand Plateaus: capitalism and Schizoprhenia”. London: continuum
-Diez Tetamanti, Juan Manuel. 2011. "Descripciones de la Llanura como Construcción del Vacío en la Argentina. una revisión de la literatura de ficción y de los filmes documentales argentinos, como soporte del trabajo de campo en pequeñas localidades", Contribución a las Ciencias Sociales EUMED.Net
-Lash, Scott y Urry, John. 1994. “Economy of Signs and space”. London: SAGE
-Lash, Scott y Urry, John. 1994. “Economy of Signs and space”. London: SAGE
-Lefebvre, Henri. 1991. “The Production of Space”. Oxford:
Blackwell
-Lois, Carla. 1999. “La Invención del Desierto Chaqueño: una
aproximación a la apropiación simbólica de los territorios del Chaco en los
tiempos de formación y consolidación del estado nación Argentino”, Scripta Nova Nª38
-Merchant,
Carolyn. 1982. “The Death of Nature”. London: Wildwood
-Ormazábal Soto, Manuel. 2011. “Apuntes para recuperar y amar
la región de Atacama” , De Cierto Lugar 1(1):42-45-Rivera Plaza, Vicente. 2015. "El Ojo del Lagarto". Cinosargo
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